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Un grupo de chefs le apuesta a poner en sus platos ingredientes poco comunes de Colombia

Memoria, banquete, expedición. Una expedición botánica por la biodiversidad de Colombia que pasa desapercibida. A esto se dedican los tres chefs y su equipo de cocineros de Mini-mal y Canasto Picnic Bistró, proveedores de las zonas más apartadas y comensales que se unen en diálogo “para que todos entendamos la importancia del otro y su quehacer”.
La cocina es mucho más que poner comida en un plato, dicen, y por eso la acompañan de historias, de amistad: “una amistad entre varios cocineros que consideran que la gastronomía es una herramienta que genera oportunidades sociales, económicas y culturales que pueden ayudar al país”.

Martínez, Cuéllar y Ariza no se limitan a los restaurantes. Cocinan en plazas de mercado, en la Escuela Taller de Bogotá y en la Plaza de Bolívar, donde han ofrecido platos gratuitos de comida. Entre sus planes está realizar un taller de dibujo para niños con la comida como elemento principal, una cata de agua, un festival del pacífico a propósito del festival Petronio Álvarez y utilizar un ingrediente distinto al mes para poder hablar de biodiversidad y de la importancia del entorno.

Comidas hay que son historias. En Tumaco usan el plátano para hacer un licor que se fermenta durante un año y que al final se sirve como un shot aperitivo. En la selva húmeda tropical los Nukak saben cuándo está maduro el fruto de asaí a metros de distancia, sin necesidad de trepar las palmeras. En Bogotá hay cocineros que toman los buganviles con la punta de sus dedos, tal vez del jardín de su casa, para darle el último toque de sabor a ese puré de yuca con queso paipa que sus comensales mueren por probar.

Fuente: El Espectador