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Adviento, tiempo de espera y esperanza

Con el tiempo litúrgico del Adviento inicia el Año Litúrgico en la vida de la Iglesia. El  Santo Padre Benedicto XVI, en el año 2009, reflexionando en su homilía de las primeras Vísperas del Adviento nos hablaba sobre el significado de esta palabra, que puede traducirse como “presencia”, “llegada”, “venida”. En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador; pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su ocultación para manifestarse con poder.

Los cristianos adoptaron la palabra “Adviento” para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre “provincia” llamada tierra para visitarnos a todos; hace participar en la fiesta de su adviento a cuantos creen en Él. Con la palabra Adventus” se pretendía sustancialmente decir: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no lo podemos ver y tocar como sucede con las realidades sensibles, Él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras.

El significado de la expresión “Adviento” comprende también el concepto de visitatio, que quiere decir «visita»; en este caso, se trata de una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. Todos tenemos experiencia, en la existencia cotidiana, de tener poco tiempo para el Señor y poco tiempo también para nosotros. Se acaba por estar absorbidos por el “hacer”. El Adviento, nos invita a detenernos en silencio para captar una presencia. Es una invitación a comprender que cada acontecimiento de la jornada es un gesto que Dios nos dirige, signo de la atención que tiene por cada uno de nosotros. El Adviento nos invita y nos estimula a contemplar al Señor presente.

Otro elemento fundamental del Adviento es la espera, espera que es al mismo tiempo esperanza. El Adviento nos empuja a entender el sentido del tiempo y de la historia como «kairós«, como ocasión favorable para nuestra salvación. Jesús ilustró esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la narración de los siervos invitados a esperar la vuelta del amo; en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en aquellas de la siembre y de la cosecha. El hombre, en su vida, está en constante espera: cuando es niño quiere crecer, de adulto tiende a la realización y al éxito, avanzando en la edad, aspira al merecido descanso. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente en el transcurso de nuestra vida, nos acompaña.

Pero hay formas muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno por un presente dotado de sentido, la espera corre el riesgo de convertirse en insoportable, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grave, porque el futuro es totalmente incierto. En cambio, cuando el tiempo está dotado de sentido y percibimos en cada instante algo específico y valioso, entonces la alegría de la espera hace el presente más precioso.

El Adviento cristiano se convierte en ocasión para volver a despertar en nosotros el verdadero sentido de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado por largos siglos y nacido en la pobreza de Belén. Viniendo entre nosotros, nos ha traído y continúa ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de múltiples modos: en la Sagrada Escritura, en el Año Litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana. A su vez, podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos afligen, la impaciencia, las preguntas que nos brotan del corazón. Estamos seguros que nos escucha siempre y si Jesús está presente, no existe ningún tiempo privado de sentido y vacío. Si Él está presente, podemos seguir esperando también cuando los demás no pueden asegurarnos más apoyo, aun cuando el presente es agotador.

Por lo tanto, el Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, de modo particular, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada. Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos anima a caminar confiados.  En el Adviento nos enfrentamos con la realidad, y al mismo tiempo, con nuestros anhelos, que desbordan la realidad de nuestra vida. Reconocemos que la nostalgia es tan grande que nada ni nadie podrá satisfacerla, solo un Dios que se acerca a nosotros como eterno buscador de sus hijos. Es precisamente esa impotencia, banalidad, precariedad de la vida la que mantiene despierto en anhelo de Dios desde la esperanza cristiana.

Modelo y sostén de este íntimo gozo es la Virgen María, por medio de la cual nos ha sido dado el Niño Jesús. Que Ella, fiel discípula de su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir estos tiempos litúrgicos vigilantes y diligentes en la espera. Amén.

Modelos para prepararnos

  • Isaías: es el profeta que expresa la esperanza de Israel y suscita la espera en el hombre.
  • Juan Bautista: último de los profetas, resume en su persona y palabra la historia precedente justo en el momento de su cumplimiento. Se presenta con la misión de preparar el camino del Señor, de ofrecer a Israel el conocimiento de la salvación y señalar a Cristo presente en medio del pueblo.
  • María: ella culmina la espera mesiánica. Asumiendo el proyecto de Dios y pronunciando su “sí”, al ángel, inaugura el tiempo del cumplimiento y el Hijo de Dios entra en el mundo como el “nacido de mujer”.
  • José: esposo de María, hombre justo de la estirpe de David, es el signo del cumplimiento de la promesa de Dios a sus antepasados. 

 

Corona de Adviento

Aprendamos el significado de esta tradición en nuestra Iglesia 

Es uno de los signos más expresivos del Adviento. También se la conoce como “Corona de luces de Adviento”. Ella expresa la alegría propia de este tiempo de espera. Está confeccionada con ramas verdes, preferentemente de ciprés, pero sin flores (por razón de la austeridad del Adviento), aunque en ella se pueden colocar algunos adornos. En la Corona se colocan cuatro cirios que pueden ser de colores vistosos. Los cirios han de ser nuevos, nunca usados. Cada uno de estos cirios puede ornamentarse con un lazo morado (el tercero con un lazo rosado). 

Éstos se encienden sucesivamente, cada domingo en la Misa después del saludo litúrgico del celebrante y antes del acto penitencial, mientras se entona un canto apropiado. Cada domingo los cirios pueden ser encendidos por diferentes tipos de personas, por ejemplo el primer domingo un niño, el segundo un joven, el tercer domingo un matrimonio, y el cuarto domingo un consagrado o consagrada. 

El encender, semana tras semana, los cirios de la Corona, manifiesta la ascensión gradual hacia la plenitud de la luz de la Navidad. El color verde de la Corona significa la vida y la esperanza. La Corona de Adviento, es un símbolo de que la luz y la vida (símbolos del Señor Jesús) triunfarán sobre las tinieblas y la muerte. Tiene tradicionalmente forma de corona porque el que viene a nosotros es nuestro Rey, el Señor de la historia, el alfa y el omega, el principio y el fin. 

Si la disposición de la Iglesia hace difícil una colocación de la Corona que resulte estética, los cuatros cirios podrían ser colocados de otra manera que resulte bella y festiva, por ejemplo: a la manera de un centro de mesa o sobre un tronco cubierto de ramas verdes. Nunca se deberá colocar la Corona sobre el altar o delante de él tapándolo. El lugar más aconsejable para ubicarla es al costado del ambón de la Palabra. 

Una vez concluido el Adviento, las ramas verdes de la Corona, pueden ponerse en el nacimiento debajo de la imagen del Niño Dios para simbolizar que nuestra espera ha dado su fruto y que el Señor cumple siempre con sus promesas. De ahí que la esperanza puesta en Él no defrauda. 

Es importante también, que en los hogares se note el tiempo de Adviento. Podemos colocar la Corona de Adviento en casa y encender las sucesivas velas mientras se reza una oración y/o se canta, como lo indicaremos más adelante. 

 La corona está formada por una gran variedad de símbolos:

  • La forma circular: El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también del amor de los creyentes a Dios y al prójimo que nunca debe terminar.
  • Las ramas verdes: Verde es el color de esperanza y vida, ejes fundamentales de la fe cristiana.
  • Las cuatro velas: Pretenden hacer reflexionar sobre la oscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Según la fe cristiana, después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas de la corona. Así, como las tinieblas se disipan con cada vela que se encienden, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo al mundo. Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento al hacer la oración en familia. Las manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo, pero recibieron también la promesa del Salvador.
  • El listón rojo: representa el amor a Dios.